Impresionante como el sol en el horizonte baja con hermosura, como en un baile.

Su movimiento acaricia el océano que lo acompaña como se fuera la primera vez.

Increíble lo que este momento transmite, el siempre lo hace, el sol está siempre ahí.

Aunque a veces lo vemos cubierto, o del otro lado del planeta, siempre está.

Es como nuestra presencia, siempre está ahí, sin mutarse, sin anunciarse, sin pedir permiso, sin dudar, apenas está.

Está el sol descubierto o venga una nube a cubrirlo. Sus rayos cambian de color e intensidad a la medida que baja más y más. Toca casi en las aguas infinitas del océano.

Nos inunda una luz casi perfecta que crea una sombra dorada en la arena.

Hay quien hable de una mirada romántica, pero la vida es siempre romántica.

La mente interfiere en cada rincón, evaluamos y juzgamos este mismo segundo, y el romanticismo de cada escena se esfuma en el miedo de apenas ser.

Las olas no han cambiado, no les importa si el sol brilla más o menos, se si pone o no, si está hermoso o feo.

En este espacio que ahora compartimos el sol se acuesta en el horizonte. Aunque la vida sigue con toda su intensidad.

Está el viento, el sonido del mar con sus olas llegando a la orilla, alguna gaviota perdida gritando, el sonido de la nada.

La gente se apresura para dejar la arena, en un movimiento de nostalgia y de ya es tarde, hay que irse. Ambos surgen del miedo a perder algo, a no volver a encontrarse con este momento único, a sentirse separados de esta verdad.

El silencio surge en el medio de cada una de mis palabras y el universo canta.

Yo agradezco este momento a la vida.

Es simplemente hermoso.

 

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